Lo que se ha venido en llamar escuela realista de Madrid y que tiene su origen en los primeros años de la década de los sesenta, es hoy ya una presencia obligada en cualquier estudio internacional y desde una valoración que asegura por un lado la existencia de unas constantes que la configuran y, por otro, la serie de elementos capaces de primerísimo orden que la ha hecho posible, teniendo como cabeza visible la figura de Antonio López García.
Y ese anhelo de captación de un mundo circundante, cotidiano, pero desde la visión sensible de las pequeñas cosas, encuentra versiones renovadas y precisas en las nuevas generaciones. Uno de los jóvenes de la cronología, pero de indudable madurez en su producción artística, es Ricardo Renedo.
La obra, el arte de Renedo, sabe combinar con delicada puntualidad, esa aproximación al micro-ambiente individual, a la intimidad más exacta, y una poética actitud de remembranza.
Sus cuadros son de este modo, bodegones del recuerdo integrados por esos objetos que tienen mucho de emocionado pasado, objetos vividos y que desde su aparente pequeñez e incluso desde su confortable inutilidad, hicieron y nos hacen vivir.
Delicados homenajes a una atmósfera doméstica y civilizada: la música, el libro, el viejo mantel de encaje… la sublimidad imprescindible de una “inutilidad” que el hombre comienza a añorar en ese terrible devenir de “progreso” de ritmos computados, de memorias informatizadas a que nos ha llevado la agonía de lo que era el siglo de futuro; de nuestro tiempo. La vieja máquina de escribir o de coser, queda en este tiempo como el símbolo de una poética que nada tiene que ver con aquel ansia futurista de la industrialización salvadora. Aunque tal vez sea ahora cuando haya cobrado su verdadero sentido.
Todo ello además, lo lleva a cabo Ricardo Renedo con una técnica dibujística de envidiable pulso; a través de un criterio cromático rico en matices y desde composiciones equilibradas, serenas.
Es como si en cada uno de sus cuadros de formato corriente se adivinase al gran miniaturismo que en realidad es Renedo. Son por tanto como miniaturas ampliadas, proyectadas en telas que desbordan las dimensiones de su original ejecución. Y prueba de ello son los pequeños cuadros, y aquí sí encontramos bellas miniaturas, que igualmente se exponen en la muestra.
Hay cuadros bellísimos a lo largo de la Historia del Arte que parecen estar hechos para ser contemplados en un Museo. Pero nunca para vivir con ellos. Otros, por el contrario –recordaremos por ejemplo los interiores de Vermer ofrecen en las frías salas de la pinacoteca toda una provocación para ser robados, para llevarlos a la intimidad del apartamento. A esta segundo línea pertenecen los cuadros de Renedo. Telas pintadas para compartir nuestros sentimientos.
José Luis Morales y Marín
Profesor Titular de la Cátedra de Arte Moderno de la Universidad Autónoma de Madrid.
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.